“Las doce agujas del reloj” nos presenta doce relatos de doce mujeres sin voz, abusadas, abandonadas, agredidas que solo logran liberarse cuando pierden la cordura, cuando pierden la vida. Nos recuerdan a “Juana Lucero” de Augusto D’halmar, cuya protagonista, también, encontró en la locura el estado que le permitió olvidar su miserable existencia. Es como transitar a una vida paralela donde los fantasmas y las pesadillas ya no existen.
Este proceso de “irse” lo desarrolla, con una sorprendente agilidad narrativa, Lilia Hernández Vergara, la autora del libro. La narradora nos permite ingresar a la vida de estas mujeres para “vernos”, para “verlas”; de modo de sentirnos parte de un gran colectivo que ya no quiere seguir en silencio porque retumban los gritos de la negra y de la detenida desaparecida clamando por sus hijos; sobresalen los puntos del tejido de la loca del taller; sobrecogen las percepciones de la mujer estrangulada por su pareja; y, así, hasta completar “Las doce agujas del reloj”.
Lilia Hernández Vergara explica que “el reloj conduce la dualidad humana con la complejidad de puntualizar las emociones de las protagonistas y la urgencia de sintonizar su alarma para despertar al lector.
El eje principal es develar la violencia ejercida por la sociedad hacia la mujer, violencia que se ha adherido de forma “normal”, sutil y silenciosa, frente a sus variadas manifestaciones. Cada relato es un vehículo para estas fracciones de violencia”.
Estas historias muestran la complicidad de la sociedad en la violencia hacia cada una de las mujeres que dan vida al libro, por lo que deben enfrentar solas sus dramas mediante el mecanismo de defensa del “irse”. Pareciera que a nadie le importa lo que ocurre tras el velo.
Ciertamente que “Las doce agujas del reloj” es un libro que vale la pena leer tanto por su forma escritural como por su contenido.
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